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Almas que buscan un sentido - Abraham E. Silva

   El mundo es un lugar extraño, raro. El hombre no entiende en su totalidad la mitad de lo que escribe, ve, hace, o sabe, eso lo comprendemos pero no entendemos en sí un cuarto del mundo y menos lo minúsculo que somos para/en el universo: un simple átomo. El hombre, la persona, el humano en sí, señores, está corrompido y destruido, tiene algo dentro de sí que no se puede arreglar y podemos citar la biblia u otras religiones y mitologías más si no creen que somos impuros en nuestra totalidad y quiero aclarar que no hay mente sana, que alguien que aparente no tener malicia no quiere decir que no la tenga: los niños son “la parte más pura del mundo”, pero ciertamente, tienen su propio tipo de malicia, según la perspectiva de cada quién.    Aunque no vine para hablar de mi perspectiva del mundo corrompido en el que habitamos actualmente, pero con algo tenemos que empezar para conocernos, mi querido lector. Hablaremos y nos desglosaremos en lo qué es el alma, el aura, la trasmutación,

Una Azul Reflexión - Juan P. Caña

El Fardo Modernista
(O el inquietante análisis de un Azul literario, visto desde los ojos de un artista moderno)




Para Abe,
por todas las cosas que quise decirte y el tiempo nos negó.
Por no rendirte, por no ganar.
Para ti.


“Y es aquí donde surge la pregunta:
‘¿Cuánto come el pobre?’
¿Acaso no es obvio que come más que el rico?
Solo es cuestión de fijarnos en el qué,
no en el cuanto.
Lo importante, no lo mismo”
Machado, E. 2018. Caracas.



     El hombre y la literatura han estado unidos desde el inicio de los tiempos, desde la vida de uno, hasta el surgimiento confirmado del otro; del hombro, como dos hermanos que van caminando por el borde de la playa hasta encontrarse con su madre, la vida misma. Un ser humano que no comparta su vida de alguna u otra forma con el arte, es un ser humano que no vive plenamente ni logrará hacerlo hasta que cambie esta filosofía. Principalmente, porque el arte comparte una gran similitud con nosotros: Siempre cambia, siempre es diferente, pero al final del día, mantiene su esencia, su vida.

      Cambios han ido y venido en el gran arte literario, cuya vida se originó desde aquellas remotas ideas que venían siendo relatadas alrededor de una fogata, en familia, bajo la luz de las estrellas del firmamento, con la protección y el abrigo de un buen día de caza, y que se han perfeccionado con el extenso pasar del tiempo, en cualquier rincón del mundo donde existiese el lienzo perdido de la eternidad: Imaginación. Henos aquí, pues, donde es propicio hablar sobre una de estas corrientes de cambio que azotó con la belleza de la palabra y el esplendor de la ironía escrita, en el continente americano, y sobre el cual nos extenderemos por todo lo que nos hace falta analizar en esta ocasión: El modernismo.

      Surgido cerca del final del siglo de las revoluciones –Siglo XIX­­–, a la par de dos movimientos literarios que cobrarían suma importancia por todo el mundo, como lo son Realismo y Naturalismo, en contraposición del Romanticismo ya fugaz que se venía presentando una tras otra ocasión en el universo literal. Con el Parnasianismo como su padre y el Simbolismo como madre, el Modernismo aparece con una renovación perfeccionista del lenguaje latinoamericano, lugar donde se desarrolla y desenvuelve totalmente, cual bailarina experimentada de ballet sobre la escena de un anfiteatro repleto para verla únicamente a ella.

       Con una forma única de ver las cosas, tal y como deberían ser, mediante una representación continua de utopías irónicas, en las cuales se puede ver un contraste “blanco y negro” demasiado profundizado, en las que reina una posición de suma gracia y excelencia, en contraparte de una zona afectada, humillada, y claramente, olvidada por el ser. Animado por revivir lo perdido, dando “El Arte por el Arte”, viendo lo perfecto en ideas abstractas y no siempre tratadas a fondo, sin necesidad de indagar en ellas tampoco, pues precisamente, la perfección se logra a través del uso de la mente y las diversas subjetividades de las ideas inteligibles. Agregando un diseño revolucionario de un lenguaje latino casi perfecto, reconocido por los señores del castellano hasta entonces, los españoles, sazonando al gusto con una frescura y libertad para escribir sobre lo que sea, así nace el modernismo literario.

      Un recién nacido cuyo representante inicial sería el autor nicaragüense, nativo de la ciudad que ahora porta su apellido, Rubén Darío. Con él se daría paso a una serie de ideas revolucionarias que ayudarían a crecer a la literatura escrita en todo sentido:

      El uso de un prólogo que nos ayudaría a centrarnos y ambientarnos un poco, tanto en lo que sigue de los escritos, como sobre la propia vida del autor, sobre el cual hemos de centrarnos en uno de sus escritos en esta ocasión. Un casi misticismo necesario para llegar a la perfección, el cual se ve reflejado en un título que no nos dice casi nada, en historias que en sí no están claras las ideas, y en las cuales debemos estar atentos de todo, y en todo.

      “Azul”, específicamente, es la serie de escritos que abren paso a esta corriente literaria, de la cual podemos destacar sin la más mínima duda 6 características principales, sobre las cuales se asientan los pilares de esta y que iremos describiendo una por una a medida que vayamos analizando el cuento que, a modo individualista, hemos seleccionado como uno de los más completos para ver dicha corriente, y que contrastaremos con el resto que se nos han presentado de igual manera: El Fardo.

      Comenzando con esta secuencia de características dentro del modernismo, encontramos una libertad magistral, literaria por supuesto, para escribir casi que sobre lo que fuere, lo primero que viniese a la mente, o lo último que uno podría pensar que se escribiría por parte de cualquier autor, en contraposición de corrientes como por ejemplo: El romanticismo, cuya finalidad era demostrar todo eso reprimido en el interior del ser, o el naturalismo, cuya búsqueda incansable se basaba en lo perdido entre el entorno y el individuo, centrándose ambos en abarcar temas específicos que, por muchas vueltas dadas al mapa, acabarían en el mismo punto desde el cual se partió.

      El Fardo es evidencia de ello, debido a que, incluso siendo parte del mismo ciclo de redacción, se libera, se despega, se independiza de la misma trama de las vicisitudes trágicas del “Poeta” y el olvido de la belleza y el amor hacia el arte y lo que es correcto, por parte de la sociedad, que se evidencia, por ejemplo, en “El Rei Burgués” o “El Velo de la Reina Mab”, pero mantiene esa misma similitud que se muestra en repetidas ocasiones, no solo en las historias antes mencionadas, sino también en otras como “La Ninfa” o “El Rubí”, y es ese lenguaje irónico, desatado, que nos narra una historia que al terminar no pareciera como tal, sino más bien, como si apenas empezara.

      En “El Fardo”, Darío nos habla con libertad y soltura sobre una tragedia, sí, pero no como en las otras ocasiones, no de una forma común; nos habla sobre la tragedia del camino del pobre, sobre ese mundo desconocido que cada persona lleva dentro de sí misma. Y es aquí donde la 2ª característica del modernismo hace su entrada triunfal por el paseo de la escritura: Rechazo total a la vulgaridad. Un rechazo que va dirigido a mostrar lo que ya se está acostumbrado a ver, un rechazo que va dirigido a esos escritores que se estancan en un solo punto y no avanzan, un rechazo que no es más que un desacuerdo vivo y fogoso hacia lo que el ser humano le gusta ver, pero que sabe que necesita algo más, algo que nunca se ha visto, y si se ha visto, no se ha observado lo suficiente como para dejarlo grabado en la mente.

     La vida, el camino de la pobreza, los cambios que sufre a través de su vida, y las acciones que se ven  realizadas por el “Viejo Lucas”, esa tragedia que se muestra con pena, con recelo, con temor tantas veces, y esa muerte tan cotidiana que uno no se percata que ocurre, o que podría ocurrir, en la vida de tantas personas que creemos conocer, y no sabemos nada de nada de sí, Darío nos la muestra en una forma concisa, reveladora, maravillosa; más que una crítica a la sociedad, una lupa a la verdad de la vida, más que una historia, una bomba con forma de relato corto.
 
     Obra maestra, difícil de leer, un poco más difícil de entender, es Azul de Rubén Darío, quien en sus diversos escritos deja plasmado de una forma maravillosa la crítica social ante los “cambios” de un mundo que sufría revoluciones por todos sus flancos. Mira a los ojos, sin pestañear, sin respirar, esa jerarquía racial que se vivía hasta entonces: El rico somete al pobre; el poderoso vence sobre aquel que no tiene más que su nombre; la dignidad vale menos que un penique, y el arte no se vive, se entiende. Toda luz de perfección se ve opacada, y es por eso que Rubén Darío dice “¡No! Hay que volver”, pero ¿a qué es lo que se debe volver?

     Pregunta de mucho análisis a la cual, sin necesidad de dar muchas vueltas al asunto mientras estemos centradas en él, se responde de una fácil manera: A lo correcto. En todos sus escritos, el autor nicaragüense nos narra la historia con una formalidad exquisita, sin hacer mención a sus poéticos versos, como por ejemplo, “El año lírico”, y siempre llevándonos a ver lo correcto en las cosas; El Fardo no es una excepción de esto. Es preciso este escrito el que nos parece que tiene el perfecto balance entre una formalidad embelesada, y un idioma latinoamericano propio, que dan sino es más que un relato corto de sublime redacción y fácil, muy fácil, agrado para el lector.

      El Fardo mantiene un idioma típico y coloquial utilizado en las costas de Centroamérica por parte de los pescadores, pero sin perder esa narrativa formal y seria, con sus diversas analogías y comparaciones para embellecer los paisajes, y dirigir el rumbo de la imaginación, que hacen de este pequeño relato uno de los mejores dentro del profundo mar Azul de Darío. Un mar desconocido, propicio para esta y cualquier época del año en la que se desee explorar y viajar hasta los rincones de la imaginativa realidad vivida en la Latinoamérica posromántica, cerca de aquel tiempo de tantas revoluciones.

     Puesto que, viajando, es que Rubén Darío nos muestra por estos parajes una historia llena de la vida ignorada, de la “vida negra”, de la vida mancillada. Nos cosmopolita, nos instruye, no solo en el arte de la marinería y la navegación que se nos muestra en El Fardo, sino también en ese mancillar perpetuo que le ocurre a nuestro protagonista desde el primer momento de su vida, hasta ese último punto donde el narrador, desprovisto de toda identidad, se separa de él, luego de escuchar y relatarnos toda su historia. El nicaragüense nos sorprende con su saber cultural por esas zonas, por ese estilo de vida.

     Por supuesto, también se logra ver su instrucción y su lado sapiense en historias como “El Rubí”, donde se nos inicia con aquella conversación sobre la creación y compactación de rubíes y zafiros, o en sus “álbumes”, tanto el Porteño como el Santiagués, donde en su narrativa se logra ver un poco el aire y lo ocurrido en las ciudades de Chile, y sus posibles estadías por allá, en las cuales se inspiró para mostrarlo de aquella manera. Sin embargo, no es acerca de esas historias que nos centramos en este momento, sino en aquella que es difícil de decir si cumple con las siguientes dos características.

     Es cierto que la 5ª característica del modernismo, ser corresponsal de las artes, se puede evidenciar en otro tipo de relatos, cómo no, “El Velo de la Reina Mab” es la pieza clave para mostrar aquello, sin embargo, ser el puente entre todas las artes, el punto de unión, ese viento que ayude a hacerlas crecer nuevamente y que colabore con su extensión cada vez más y más internacional, no tiene que ser precisamente tan obvia y visual, no, pues eso no llamaría a la perfección, eso no sería nuevo, eso no sería moderno. Por el contrario, en el cuento que tanto hemos venido trabajando, se muestra una unión de las artes, se muestra un punto clave que es propicio hacer notar: Busca que las artes hallen su esencia en los detalles perdidos de la vida.

     Efectivamente, con una historia que parece tan real, tan viva, tan posible, dentro de una serie de versos y cuentos fantasiosos, utópicos, fantásticos, humorísticos, El Fardo le grita a los artistas diciendo: ¡La sociedad! ¡La sociedad! La respuesta está en la sociedad, busquen los detalles de la vida, y encontrarán la esencia de la misma. ¿Cómo no verlo si está allí? Las imágenes que se crean a través de esa bella narrativa de Darío a medida que vamos viendo la vida triste, y casi cínica, del Viejo Lucas, son perfectas para un análisis extenso, para nada conciso, que podríamos bien ver en un cuadro realizado por algún pintor europeo, o bien podría ser la melodía melancólica de aquel músico apasionado que solo hace caso a su corazón, antes que a su mente, a su verdad.

    Podríamos verlo en historias que se llevasen a la gran pantalla, o imitarlo en escenas de teatro de acción rápida. El Fardo no se limita a mostrar lo que siempre se ha mostrado en los artes, no, busca ser lo más sentido del modernismo, busca sacar a la luz esa verdad tan fuerte y dolorosa que llevamos día a día los seres humanos, que como individuos solitarios que somos, ignoramos con firmeza y sin dudar. ¿Quién no ha tenido una vida llena de percances y de matices grises? O ¿Qué clase de persona no se ha sentido responsable por una acción que, aunque no fuere por culpa propia, pesa en los recuerdos un día tras otro? Díganlo, sin pensarlo demasiado, sin indagar en esas falsas y ridículas excusas que solemos poner para aliviar nuestra oscura consciencia y volvamos a la historia, a esa historia que no acaba con un final feliz, a esa que, al igual que todas las que se nos presentan en el relámpago Azul de Rubén Darío, nos deja con esa sensación de duda y reflexión, y que nos muestra eso que no se percata con facilidad, sino más bien con perspicacia y verdad.

    Sí, reflexión, pues de ella es que ha de salir nuestra última característica presente en el modernismo literario: Renovación. ¿De qué? De la poesía, de la métrica, del verso. Una renovación que no se limita a la poética solamente, que no es únicamente para los últimos escritos del Azul de Darío, sino para todos aquellos que cumplen con los estándares del modernismo. Una renovación que se ve evidenciada en la combinación de las narrativas que mencionamos en el punto de la perfección formal, en la cual une el coloquio con la belleza de la escritura seria, y que renueva esa forma de escribir apasionada y sin rumbo, pero a la vez encajonada en los estándares antiguos de autores que repetían sin cesar los mismos temas que siempre, dependiendo, claro está, de la época, de los cambios, del mundo y de su sociedad.

    Ese es el tipo de renovación que podemos observar en El Fardo de Darío, en ese Fardo Modernista, ese que de vez en cuando aparece en un destello por una que otra historia cosmopolita del libro del color del cielo, y que es característico de esta corriente literaria. Es de ese tipo de renovaciones que viene con frescura y con agrados hacia el lector y la manera que tiene este de ver el gran universo literario que se le pone siempre al frente, incluso con el pasar del tiempo, que sí cambia y evoluciona, pero se mantiene, sigue siendo él.

    Vemos una manera de escribir más centrada, más directa, más ida hacia el punto deseado. El Fardo nos muestra una historia concisa pero bien trabajada y pulida, con sus pausas y sus tiempos, con una trama bien dirigida y sin pérdida, que, al final de todo, nos lleva a una conclusión un tanto decepcionante pero a la vez gratificante, con una narración para nada comparada con lo que alguna vez fuere ese vulgar romanticismo.

    El modernismo, pues, representado e iniciado con el Azul de Rubén Darío, no solo reforma la idea de la literatura hispanoamericana, sino también da un aire de libertad y frescura bastante centrada y desprovista de las corrientes literarias comunes. Revoluciona y renueva, buscando las bases perdidas y antiguas, y haciéndolas propias y únicas, criticando a la sociedad desde un punto de vista dado hacia el humor y la ironía de la vida que se vive día a día, dándonos historias abstractas y para pensar, como “La Ninfa” o “La Canción del Oro”, cuyo mensaje nos deja en claro la necesaria reaparición del amor por el arte y la conexión con el mismo.

    De igual manera, nos brinda un mensaje claro, en líricas y versos, no siempre apegados a su surgimiento en la poesía, de que es necesario una perfección y orden nuevo en las formalidades de la escritura, sabiendo en todo momento que tenemos una libertad creadora en todo lo que hacemos, pensamos, decimos, y escribimos. Ese Azul de Darío quiere plasmar en cada uno de nosotros el rechazo hacia la vulgaridad común, e impulsar a instruirnos cada vez más con nuevas culturas y lecturas, no apegadas al movimiento literal, sino en promoción de contribuir a mejorar el gran arte del ser humano, aquel que lo acompaña en su día a día, y que permanecerá hasta el final de su existencia: La literatura.

Juan P. Caña

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