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Almas que buscan un sentido - Abraham E. Silva

   El mundo es un lugar extraño, raro. El hombre no entiende en su totalidad la mitad de lo que escribe, ve, hace, o sabe, eso lo comprendemos pero no entendemos en sí un cuarto del mundo y menos lo minúsculo que somos para/en el universo: un simple átomo. El hombre, la persona, el humano en sí, señores, está corrompido y destruido, tiene algo dentro de sí que no se puede arreglar y podemos citar la biblia u otras religiones y mitologías más si no creen que somos impuros en nuestra totalidad y quiero aclarar que no hay mente sana, que alguien que aparente no tener malicia no quiere decir que no la tenga: los niños son “la parte más pura del mundo”, pero ciertamente, tienen su propio tipo de malicia, según la perspectiva de cada quién.    Aunque no vine para hablar de mi perspectiva del mundo corrompido en el que habitamos actualmente, pero con algo tenemos que empezar para conocernos, mi querido lector. Hablaremos y nos desglosaremos en lo qué es el alma, el aura, la trasmutación,

La Malinche (O el inusual acto de un alma sin sentido, ni lugar) - Juan P. Caña

La Malinche (O el inusual acto de un alma sin sentido, ni lugar) - Juan P. Caña

A Erica,
 quien me enseñó todo lo que sé;
Y a La Profesora,
quien siempre me impulsó a ponerlo en práctica.


La libertad,
 es la capacidad que tiene la persona de optar por hacer el bien.
Aponte, Reinaldo. Caracas, Venezuela. 2017.



    El ser humano, la mayor invención de los Dioses, según muchos. La máxima expresión de la naturaleza, según los restantes. Nacido, criado, y forjado bajo la idea de la convivencia. Guiado por lo que hacían nuestros hermanos vivos, los animales, en sus inicios históricos, cuando apenas habitábamos esta tierra. De ellos aprendimos a hablar, caminar, nadar, y un concepto que aún no hemos comprendido del todo: Estar en sociedad. Iniciamos por lo sencillo, nos desplazábamos juntos, cazábamos juntos, dormíamos juntos, comíamos juntos, y contábamos historias junto al fuego, en mitad de las noches estrelladas, juntos, para recordarnos cómo, porqué, cuándo, y de dónde había nacido aquello. 

   Entonces, fue cuando ocurrió: Llegaron las reglas; y como todos saben, no puede haber reglas, sin libertad. Ahora, cazábamos juntos, pero “hasta acá”. Dormíamos juntos, pero “solo estos”. Nos desplazábamos juntos, pero “solo mi gente” y “hasta allá”. En este punto, comenzamos a asentarnos, a librarnos de nuestros hermanos, a pensar por nosotros mismos, individualmente, en vez de depender de lo que dijera una comunidad. Nos empezamos a adiestrar en diversas áreas, y nos dimos cuenta de que éramos mejores que “aquellos” en ese ámbito. Decidimos expandirnos, haciendo uso de lo anterior. Tomamos este territorio, avanzamos hasta aquel, que se pierde donde la montaña reposa, susurrante. Y de esa forma pasamos de estar unidos como una sola sociedad, a estar plenamente “en paz” como reinos, y más que reinos, imperios diferentes cuyos objetivos podían cambiar de la noche a la mañana, cuando uno de nuestra civilización se atreviera a conocer ese algo desconocido que nadie “debía” explorar.

   En América, por su parte, resaltan el surgimiento de tres grandes civilizaciones, imperios, que lograron marcar la historia no solo por su gran cultura y forma de vida, sino también por los momentos en los cuales su nombre se ve reflejado en los confines de la escritura de la Edad Moderna, a causa de la llegada de los hombres españoles a estas tierras indígenas desconocidas; o en otras palabras: Una tierra de oportunidades que abrieron las angostas puertas de la mente del hombre del siglo XV. ¿Y cuáles son estos imperios de los cuales se habla, que han marcado al hombre tan significativamente? Naturalmente, se trata de los imperios del Sol, de la tierra bendecida por los Dioses, de la naturaleza, de la vida: Inca, maya y azteca.

   Todos con una manera de ver el mundo, de entender la naturaleza, y de valorar la vida, de una manera similar que, a su vez, resulta sumamente distinta. Guiados por sus tradiciones ancestrales, bajo el mandato de los Dioses, y en favor de volver algún día a estos, dichos imperios lograron superar los estándares de la calidad de vida en estas tierras, y avanzar, considerablemente, en el estado de esta. ¿Qué clase de persona no reconocería las pirámides mesoamericanas como una obra innovadora de arte e ingeniería? O ¿Cómo no reconocer la perspicacia y logística con las cuales los guerreros aztecas se entrenaban para, algún día, poder enaltecer a sus Dioses? Parece algo de locos, increíble.

   Y es aquí donde surge una de las mayores interrogantes del hombre que logra entender todo esto: Si eran tan majestuosos, avanzados, y perspicaces, entonces ¿Qué pudo haberles pasado para que ahora solo queden los restos de su civilización? ¿Cuál es la razón de que, en estos tiempos, solo se oigan historias sobre ellos, como cenizas que vuelan por el aire, como restos de un fuego vivaz? Algunos dirán la respuesta más obvia: La colonización española. Pero, ¿sabemos tan siquiera lo que esto supuso? ¿Entendemos el cómo, o el porqué? Puesto que, aunque es cierto, la obviedad es el pecado del hombre que cree saberlo todo, sin admitir primero que no comprende nada.

   Tomando esto en cuenta, comencemos centrándonos en el Imperio Azteca, cuyo nombre resalta en los libros de historia, por la contradicción que supone su, primeramente, entrega casi sumisa a la llegada de los españoles, pero que terminó en la más fuerte oposición territorial dentro de las tierras americanas. Seguramente, esto último lo sepan muchos en el mundo, sin embargo, el cómo ocurrió es algo totalmente distinto a como se pinta en los libros, es algo sumamente fascinante y provocador, que sobrepasa los límites de una simple muerte y opresión de todo un pueblo, por parte de otro. Es algo que es necesario desglosar pieza por pieza, pero que, como todos los grandes secretos del hombre, se resume en una pequeña frase; en un pequeño nombre de mujer, llamado: Malinche.

   Y, ¿Quién es esta? ¿Qué tiene que ver un simple nombre con la caída de uno de los mayores imperios de la América precolombina? Dirán muchos al ver esto como, posiblemente, una broma de mal gusto, pero que, al igual que muchos otros que deseen abrir sus mentes al conocimiento del porqué, se sorprenderán al saber que esta mujer es la viva representación del rencor mexicano, símbolo de la traición, madre de polémicas y disputas, que nacen por el simple acto de “entregar” tribus a manos de estos conquistadores extranjeros, a los cuales les debemos lo que somos ahora.

   Su historia es simple, si uno se queda estancado en lo superficial, así como un niño que no se preocupa por lo que pasa en el mundo, sino solo en el suyo: Era una indígena náhuatl, descrita recurrentemente como bella, y conocida por ser lo más parecido a una concubina para el conquistador español Hernán Cortés, a quien le sirvió devotamente como traductora de la lengua natal suya, entre los suyos, por amor, y para… ¿Qué? Pregunta que, de ahora en adelante, debemos mantener en nuestra mente como un cartel con luces de neón a mitad de la noche más oscura, con el cual trataremos de entender el porqué, en una historia de muchos cómo.

   La historia de La Malinche es necesaria comprenderla desde el inicio, el cual, en palabras de la escritora Laura Esquivel, afirma que comenzó con “Un parto complicado”, en el libro que se titula con el nombre de nuestro sujeto. Dicha historia, goza de un personaje principal, conocido como el Marqués de Oaxaca, que es necesario mantener vivo dentro de los porqué de “La traidora” náhuatl, el conquistador español: Hernán Cortés. Quien, “como buen hijo único”, dice nuevamente la escritora, tenía delirios de grandeza y planes a futuro en cantidades inimaginables dentro de este nuevo territorio, ya que, en España, su tierra natal, no se sentía como en casa; no se sentía como nada. 

   Sin embargo, a pesar de haber alcanzado fama y prestigio, que nunca tuvo durante su antigua vida, dentro del territorio de La Española, por la manera en que embelesaba sus discursos, y convencía a las personas de hacerle sentir que él era el indicado para tal y cual tarea, haciéndolos sumisos a su palabra, y a su deseo, en estas tierras pertenecientes a los aborígenes mayas y mexicas, no podía hacer lo mismo. No conocía nada de esta tierra, mucho menos su lengua y, aunque, “prefería recurrir al diálogo que a la armas” (Esquivel, L.), ya lo había tenido que hacer un par de veces en tierras mayas, por culpa de la incompetencia del Fray Jerónimo, y su poco tacto a la hora de hablar. En pocas palabras, Cortés era un hombre de labia, un soldado que utilizaba la lengua como si fuera su espada más filosa; Malinalli era, pues, su mejor arma.
Su abuela, su persona preferida, la había llamado así, por costumbre de su pueblo, en medio de la ceremonia de bautizo, en la que su padre, inspirado por los Dioses, la sentenciaría sin saber a un destino en el que, a futuro, la llamarían traidora, pues Cortés buscaba un traductor hábil con la palabra, y dócil con las personas, encontrándose a Malinalli, quien su padre habría dicho de sí “Tendrá tacto para mentir con la verdad, y dirá verdades que parecerán mentiras” (Esquivel, L.); un espécimen ideal, con una mentalidad que estaría guiada por un convencimiento de que “urgía un cambio social” (Esquivel, L.) dentro de su pueblo, y dolida por la pérdida de su abuela, años después, justo a tiempo para encontrarse con este hombre, que había dejado atrás a su madre, y que al igual que ella, siempre sintió que no pertenecía a aquel lugar, que era un estorbo nada más.

   Ella, sintiéndose así por los repetidos cambios de lugar que su vida tuvo que sufrir, primero por el casamiento de su madre, en el cual quedó como una bastarda. Luego, por la muerte del padre, causando un desapego de su tribu, y un arduo resentimiento hacia los mexicas. Por último, siendo vendida entre uno de los primeros lotes de esclavas a nuestro segundo sujeto, Hernán Cortés. Quien, a su vez, nunca sintió apego por su vida en España, debido a que era ambicioso, individualista, caprichoso, y con objetivos bien claros: Ser reconocido. Ser noble. Ser amado. Cosas que nunca obtuvo en ese lugar, y que logró en este, junto a la persona más inesperada: Una india náhuatl.

   Tomando esto, quizás esa la razón de que en la ceremonia de bautizo cristiano de Malinalli, quien pasaría a llamarse Marina, estos dos seres compaginaran tan bien; quizás esa la razón de que ambos hicieran todo tan bien. Y he allí el primer porqué de “la traición”, si se le puede decir: Eran almas gemelas. Porque eran distintas, cada una con su lado oscuro y luminoso, pero unidos por un lazo más fuerte que el acero. Ese lazo que los llevaría a trabajar en la rendición de los pueblos, y el mundo, donde se había criado Marina, y del cual fue devota hasta el último aliento de vida, a pesar, de las atrocidades que pudo provocar, y de los errores que cometió por hacerlo.

   Ya que tenía el don de la palabra, Cortés buscaba la rendición de los pueblos indígenas por la vía más pasiva y diplomática, Marina, pues, representaba el punto intermedio entre una cultura y otra. No siempre había ocupado este cargo, cierto, pero no es considerada el símbolo de la traición y del odio hacia los extranjeros empedernidos por dicho cargo, sino por los actos que cometería con el siguiente: Convencer. Convencía a las personas, hablando con ellas; ¡personas de lo que una vez fue su tribu! Personas que le enseñaron a amar a la tierra, a trabajarla, a darle gracias a sus Dioses por ello, y a vivir la vida según lo que estos habían dicho. 

   Y, ¿de qué los convencía? De rendirse, de retirarse pacíficamente de los territorios que por años había habitado. De simples cosas, claro: A las mujeres, que se dejaran llevar por hombres nunca antes vistos, que “representaban” el regreso del gran Quetzalcoatl, para servirles en sus extrañas viviendas; a los varones, que trabajaran para ellos día y noche, sin descanso, y permitieran llevarse a sus hijos a diversos lugares de “entrenamiento”, todo por un “bien mayor”. Los convencía, o eso trataba, puesto que, si fallaba, los vería morir a manos de los soldados españoles o apresarlos de la forma más cruel y despiadada, sin poder decir nada, sin poder opinar nada, sin poder liberar nada, pues su lengua le pertenecía ahora a España, su opinión le pertenecía a la nada, y su libertad, su ser, le pertenecía a Hernán Cortés, su amor.
En palabras de la poetisa venezolana, Gabriela Rosas, “el amor no es de astutos”, y de verdad no lo era esta mujer. Pasaría de representar a su pueblo, uno que realizaba matanzas en nombre de los Dioses, a otro que “no asesinaba”, pues estaba errado, en un santiamén, para darse cuenta de que, sí, su Dios no permitía los holocaustos ni los sacrificios, pero permitía que un hombre pudiera hacer lo que fuera con otro, sin importar el libre pensamiento de este; todo, recordemos, “en aras de la paz”. Paz que Marina buscaba, paz que encontró en el amor, en Hernán Cortés.

   No nos quedemos únicamente en indicar porqué fue una traidora, no, pues ya desde este punto se puede decir que queda bien en claro que: no solo vendió a las tribus cercanas a la suya, sino también a todo un continente a manos españolas. Avancemos, analicemos qué la impulsaron a ello, y sobre todo, porqué en cierto punto resalta la siguiente duda: ¿De verdad era una traidora? ¿No hubiera hecho yo lo mismo, si estuviera en su lugar? 

   Partiendo de esto, volvamos a la naturaleza del hombre: Ser mejor. Como se dijo antes, el hombre ya no pensaba como una sola sociedad, sino como varias. Buscaban los mexicas, por aquel entonces del siglo XVI, seguir expandiendo su imperio, bajo el mandato de Moctezuma II, por todo el continente, “uniendo” el mayor número de tribus ajenas a la suya; entre ellas, la que alguna vez fuere de Malinelli, dirigida por su padre, y defendida hasta el último momento por él. Y no solo esto, sino busquemos de nuevo otra característica del hombre, dentro de nuestros cerebros: Religión.

   “El hombre no puede existir sin la religión, al menos en una pequeña cosa debe creer para poder existir” (Pérez, Y.) Y la concepción teogónica que tenía Malinelli, brindada por sus entes familiares, sobre todo su abuela, y su tribu, era que los sacrificios eran repudiados por Quetzalcoatl, pero aun así los mexicas lo ofrecían como tributo, como un mal necesario; y su padre, o lo que restaba de él, no fue la excepción. Además, no solo era ese repudio una fuerte motivación contra la tribu mexica, sino también el hecho de lo que le habían hecho a su padre; y lo que próximamente haría su madre. 

   Esta, por su parte, nunca tuvo mucho apego hacia su hija y, al casarse de nuevo, luego de la muerte de su esposo, teniendo un hijo, posiblemente, varón, ya deshacía ese poco vínculo que sostenía en su vida con esta pequeña mujer que, por momentos, parecía que olvidase que también era su propia sangre; un regalo de los Dioses. He aquí dos de los tres cambios bruscos que Laura Esquivel, en “La Malinche”, posiblemente se refiera al inicio del capítulo II de dicho escrito, donde dice “… Por tercera vez en su vida, experimentaba un cambio total”. Es aquí, pues, donde uno debe detenerse y reflexionar: ¿No son acaso estas suficientes razones para entregar a un pueblo entero, a manos de hombres que prometen una vida mejor? 

   Una mujer apegada a sus raíces, amante de la tierra, pero que no poseía una en sí. No le quedaba nada, un padre, una abuela, una madre, nada. No poseía tribu, pues la tribu le había dado la espalda en el peor momento de su vida. Como si fuera poco, había sido vendida a los hombres extraños, luego de una feroz matanza en la cual ella no tuvo nada que ver, con otras 19 mujeres, de las cuales ella se sentía en familia, pues nunca la tuvo, pero que la volvían a separar. Le quitaron su nombre, su amado nombre, que guardaba secretos de los Dioses, y albergaba cientos de significados, por uno que ni siquiera tenía certeza de qué representaba. En resumen, no tenía nada, ni nombre, ni lugar en el mundo, ni personas a las cuales acudir, solo un dolor, un vacío emocional a falta de ese amor que nunca conoció, pero que se podía tapar con un hombre: Hernán Cortés; y sí, solo tapar, pues para llenarse un vacío, ya lleno de odio, hace falta algo más que un hombre con ambiciones y labia.

   No es como si se deseara ver a La Malinche como una víctima, o una esclava que fue sometida y engañada por los españoles para entregar una nación entera a estos, como recurrentemente se hace, no. Más bien se busca inculcar que: Ella sentía un deber, una obligación; tenía otra prioridad, otra mentalidad, cambiada por todo lo que sufrió en su no muy fácil vida. Y este deber era para el hombre que le parecía dar esa importancia y afecto que nunca sintió. Además, para una mujer que siempre había sido tratada como menos, saber que era necesaria y fundamental en el proceso de "salvación" de estos hombres blancos, semejantes a su Dios, era algo que la impulsaba a seguir con su "misión", su "trabajo", su deber.

   Quería, pues, eso, salvar, redimir su cultura que se veía malograda sin una visión clara de los Dioses, complementándola con esta que llegaba, rica en tradición y en su modo de vida. No veía, en ese entonces, lo que hacía como algo malo, sino más bien un acto de bondad y redención para con todos, tanto como para los que le arrebataron su vida, como para los que no quería que pasasen por lo mismo que ella; qué obstinado es el ser humano cuando se quiere sentir héroe, por medio de la maldad ingenua de una falsa verdad.

   "¿No era entonces una heroína? Queda claro que fue una traidora, que solo vendió a los españoles nuestro territorio, por rencor a los hombres que le hicieron tanto mal a ella, ¿no es así?" Pensarán algunos que hagan ciertas conjeturas apresuradas, estando errados. Y es que no puede ser una traidora, porque para eso se necesita ser parte de algo a qué traicionar; ella no tenía nada, nuevamente. Pero tampoco era una heroína, porque tenía otras opciones para completar su misión, su objetivo de cambiar la cultura de los pueblos por los cuales pasó; el problema es que las cartas de esa época jugaban contra las de su género.
Uno siempre quiere ser un héroe, cuando vemos la maldad en el mundo; el problema reside cuando no aceptamos esa maldad en nuestro interior, que nos consume, que nos agobia. Malinelli no la aceptaba, no lograba reconocer ese rencor vivo que sentía, y eso cegaba falsamente sus acciones, puesto que ella en cierto modo sabía qué hacía, sabía que entregaba todo a lo desconocido, y lo desconocido siempre guarda secretos, a veces buenos, a veces malos, sin olvidar que "la definición de lo bueno y lo malo cambia de acuerdo a los momentos que vivimos." (Kurumada, M.). 

   Finalizando ya, podemos decir entonces que sí tenía opciones, podía haberse negado a entregar a su pueblo, podía no haber cometido actos en favor de los españoles como avisarles de la llegada de indígenas, como la de la emboscada de los cholutecas, camino a Technotitlán. Podía, incluso, haber cambiado lo que decía a los indígenas, o al mismo Cortés y allegados, para cambiar el rumbo de la historia. Sin embargo, en cierto modo hay que entenderla, hay que tratar de llevar esta historia con esa pregunta que se dijo al inicio: ¿Para qué? ¿Para qué le hubiera servido esto? ¿La hubiera hecho feliz? De hecho, ¿cómo se sentiría más feliz: ¿con este hombre que le daba importancia a su persona, y todos los cuidados que necesitara y pidiese? O ¿salvando a esos que le arrebataron todo, y lo seguirían haciendo con el pasar de los años?
Es allí donde debemos dejar nuestra mente, de ahora en adelante, al hablar de la mujer que cambió la historia de la colonización española, y de toda América, para siempre. La traidora, la que prefirió un amor irreal a su tierra, quien se conformó con negar lo que pasaba en su mundo y sucedía por ella. La mujer que era madre de una nueva raza, e hija de la nada. La mujer que es vista mal por muchos, pero que de ahora en adelante hemos de ver como la mujer que nos indica el sentido constante de la vida: Elegir nuestra libertad, puesto que " la libertad es la capacidad que tiene la persona de optar por hacer el bien". Una mujer apodada: La Malinche.

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