La Malinche (O el inusual acto de un alma sin sentido, ni lugar) - Juan P. Caña
A Erica,
quien me enseñó todo lo que sé;
Y a La
Profesora,
quien siempre me
impulsó a ponerlo en práctica.
La libertad,
es la capacidad que tiene la persona de optar
por hacer el bien.
Aponte,
Reinaldo. Caracas, Venezuela. 2017.
El ser humano, la mayor
invención de los Dioses, según muchos. La máxima expresión de la naturaleza,
según los restantes. Nacido, criado, y forjado bajo la idea de la convivencia.
Guiado por lo que hacían nuestros hermanos vivos, los animales, en sus inicios
históricos, cuando apenas habitábamos esta tierra. De ellos aprendimos a
hablar, caminar, nadar, y un concepto que aún no hemos comprendido del todo:
Estar en sociedad. Iniciamos por lo sencillo, nos desplazábamos juntos,
cazábamos juntos, dormíamos juntos, comíamos juntos, y contábamos historias
junto al fuego, en mitad de las noches estrelladas, juntos, para recordarnos
cómo, porqué, cuándo, y de dónde había nacido aquello.
Entonces, fue cuando
ocurrió: Llegaron las reglas; y como todos saben, no puede haber reglas, sin
libertad. Ahora, cazábamos juntos, pero “hasta acá”. Dormíamos juntos, pero
“solo estos”. Nos desplazábamos juntos, pero “solo mi gente” y “hasta allá”. En
este punto, comenzamos a asentarnos, a librarnos de nuestros hermanos, a pensar
por nosotros mismos, individualmente, en vez de depender de lo que dijera una
comunidad. Nos empezamos a adiestrar en diversas áreas, y nos dimos cuenta de
que éramos mejores que “aquellos” en ese ámbito. Decidimos expandirnos,
haciendo uso de lo anterior. Tomamos este territorio, avanzamos hasta aquel,
que se pierde donde la montaña reposa, susurrante. Y de esa forma pasamos de
estar unidos como una sola sociedad, a estar plenamente “en paz” como reinos, y
más que reinos, imperios diferentes cuyos objetivos podían cambiar de la noche
a la mañana, cuando uno de nuestra civilización se atreviera a conocer ese algo
desconocido que nadie “debía” explorar.
En América, por su
parte, resaltan el surgimiento de tres grandes civilizaciones, imperios, que
lograron marcar la historia no solo por su gran cultura y forma de vida, sino
también por los momentos en los cuales su nombre se ve reflejado en los
confines de la escritura de la Edad Moderna, a causa de la llegada de los
hombres españoles a estas tierras indígenas desconocidas; o en otras palabras:
Una tierra de oportunidades que abrieron las angostas puertas de la mente del
hombre del siglo XV. ¿Y cuáles son estos imperios de los cuales se habla, que
han marcado al hombre tan significativamente? Naturalmente, se trata de los
imperios del Sol, de la tierra bendecida por los Dioses, de la naturaleza, de
la vida: Inca, maya y azteca.
Todos con una manera de
ver el mundo, de entender la naturaleza, y de valorar la vida, de una manera
similar que, a su vez, resulta sumamente distinta. Guiados por sus tradiciones
ancestrales, bajo el mandato de los Dioses, y en favor de volver algún día a
estos, dichos imperios lograron superar los estándares de la calidad de vida en
estas tierras, y avanzar, considerablemente, en el estado de esta. ¿Qué clase
de persona no reconocería las pirámides mesoamericanas como una obra innovadora
de arte e ingeniería? O ¿Cómo no reconocer la perspicacia y logística con las
cuales los guerreros aztecas se entrenaban para, algún día, poder enaltecer a
sus Dioses? Parece algo de locos, increíble.
Y es aquí donde surge
una de las mayores interrogantes del hombre que logra entender todo esto: Si
eran tan majestuosos, avanzados, y perspicaces, entonces ¿Qué pudo haberles
pasado para que ahora solo queden los restos de su civilización? ¿Cuál es la
razón de que, en estos tiempos, solo se oigan historias sobre ellos, como
cenizas que vuelan por el aire, como restos de un fuego vivaz? Algunos dirán la
respuesta más obvia: La colonización española. Pero, ¿sabemos tan siquiera lo
que esto supuso? ¿Entendemos el cómo, o el porqué? Puesto que, aunque es
cierto, la obviedad es el pecado del hombre que cree saberlo todo, sin admitir
primero que no comprende nada.
Tomando esto en cuenta,
comencemos centrándonos en el Imperio Azteca, cuyo nombre resalta en los libros
de historia, por la contradicción que supone su, primeramente, entrega casi
sumisa a la llegada de los españoles, pero que terminó en la más fuerte
oposición territorial dentro de las tierras americanas. Seguramente, esto
último lo sepan muchos en el mundo, sin embargo, el cómo ocurrió es algo
totalmente distinto a como se pinta en los libros, es algo sumamente fascinante
y provocador, que sobrepasa los límites de una simple muerte y opresión de todo
un pueblo, por parte de otro. Es algo que es necesario desglosar pieza por
pieza, pero que, como todos los grandes secretos del hombre, se resume en una
pequeña frase; en un pequeño nombre de mujer, llamado: Malinche.
Y, ¿Quién es esta? ¿Qué
tiene que ver un simple nombre con la caída de uno de los mayores imperios de
la América precolombina? Dirán muchos al ver esto como, posiblemente, una broma
de mal gusto, pero que, al igual que muchos otros que deseen abrir sus mentes
al conocimiento del porqué, se sorprenderán al saber que esta mujer es la viva
representación del rencor mexicano, símbolo de la traición, madre de polémicas
y disputas, que nacen por el simple acto de “entregar” tribus a manos de estos
conquistadores extranjeros, a los cuales les debemos lo que somos ahora.
Su historia es simple,
si uno se queda estancado en lo superficial, así como un niño que no se
preocupa por lo que pasa en el mundo, sino solo en el suyo: Era una indígena
náhuatl, descrita recurrentemente como bella, y conocida por ser lo más
parecido a una concubina para el conquistador español Hernán Cortés, a quien le
sirvió devotamente como traductora de la lengua natal suya, entre los suyos,
por amor, y para… ¿Qué? Pregunta que, de ahora en adelante, debemos mantener en
nuestra mente como un cartel con luces de neón a mitad de la noche más oscura,
con el cual trataremos de entender el porqué, en una historia de muchos cómo.
La historia de La
Malinche es necesaria comprenderla desde el inicio, el cual, en palabras de la
escritora Laura Esquivel, afirma que comenzó con “Un parto complicado”, en el
libro que se titula con el nombre de nuestro sujeto. Dicha historia, goza de un
personaje principal, conocido como el Marqués de Oaxaca, que es necesario
mantener vivo dentro de los porqué de “La traidora” náhuatl, el conquistador
español: Hernán Cortés. Quien, “como buen hijo único”, dice nuevamente la
escritora, tenía delirios de grandeza y planes a futuro en cantidades
inimaginables dentro de este nuevo territorio, ya que, en España, su tierra
natal, no se sentía como en casa; no se sentía como nada.
Sin embargo, a pesar de
haber alcanzado fama y prestigio, que nunca tuvo durante su antigua vida,
dentro del territorio de La Española, por la manera en que embelesaba sus
discursos, y convencía a las personas de hacerle sentir que él era el indicado
para tal y cual tarea, haciéndolos sumisos a su palabra, y a su deseo, en estas
tierras pertenecientes a los aborígenes mayas y mexicas, no podía hacer lo
mismo. No conocía nada de esta tierra, mucho menos su lengua y, aunque,
“prefería recurrir al diálogo que a la armas” (Esquivel, L.), ya lo había
tenido que hacer un par de veces en tierras mayas, por culpa de la
incompetencia del Fray Jerónimo, y su poco tacto a la hora de hablar. En pocas
palabras, Cortés era un hombre de labia, un soldado que utilizaba la lengua
como si fuera su espada más filosa; Malinalli era, pues, su mejor arma.
Su abuela, su persona
preferida, la había llamado así, por costumbre de su pueblo, en medio de la
ceremonia de bautizo, en la que su padre, inspirado por los Dioses, la
sentenciaría sin saber a un destino en el que, a futuro, la llamarían traidora,
pues Cortés buscaba un traductor hábil con la palabra, y dócil con las
personas, encontrándose a Malinalli, quien su padre habría dicho de sí “Tendrá
tacto para mentir con la verdad, y dirá verdades que parecerán mentiras”
(Esquivel, L.); un espécimen ideal, con una mentalidad que estaría guiada por
un convencimiento de que “urgía un cambio social” (Esquivel, L.) dentro de su pueblo,
y dolida por la pérdida de su abuela, años después, justo a tiempo para
encontrarse con este hombre, que había dejado atrás a su madre, y que al igual
que ella, siempre sintió que no pertenecía a aquel lugar, que era un estorbo
nada más.
Ella, sintiéndose así
por los repetidos cambios de lugar que su vida tuvo que sufrir, primero por el
casamiento de su madre, en el cual quedó como una bastarda. Luego, por la
muerte del padre, causando un desapego de su tribu, y un arduo resentimiento
hacia los mexicas. Por último, siendo vendida entre uno de los primeros lotes
de esclavas a nuestro segundo sujeto, Hernán Cortés. Quien, a su vez, nunca
sintió apego por su vida en España, debido a que era ambicioso, individualista,
caprichoso, y con objetivos bien claros: Ser reconocido. Ser noble. Ser amado.
Cosas que nunca obtuvo en ese lugar, y que logró en este, junto a la persona
más inesperada: Una india náhuatl.
Tomando esto, quizás
esa la razón de que en la ceremonia de bautizo cristiano de Malinalli, quien
pasaría a llamarse Marina, estos dos seres compaginaran tan bien; quizás esa la
razón de que ambos hicieran todo tan bien. Y he allí el primer porqué de “la
traición”, si se le puede decir: Eran almas gemelas. Porque eran distintas,
cada una con su lado oscuro y luminoso, pero unidos por un lazo más fuerte que
el acero. Ese lazo que los llevaría a trabajar en la rendición de los pueblos,
y el mundo, donde se había criado Marina, y del cual fue devota hasta el último
aliento de vida, a pesar, de las atrocidades que pudo provocar, y de los
errores que cometió por hacerlo.
Ya que tenía el don de
la palabra, Cortés buscaba la rendición de los pueblos indígenas por la vía más
pasiva y diplomática, Marina, pues, representaba el punto intermedio entre una
cultura y otra. No siempre había ocupado este cargo, cierto, pero no es
considerada el símbolo de la traición y del odio hacia los extranjeros
empedernidos por dicho cargo, sino por los actos que cometería con el
siguiente: Convencer. Convencía a las personas, hablando con ellas; ¡personas
de lo que una vez fue su tribu! Personas que le enseñaron a amar a la tierra, a
trabajarla, a darle gracias a sus Dioses por ello, y a vivir la vida según lo
que estos habían dicho.
Y, ¿de qué los
convencía? De rendirse, de retirarse pacíficamente de los territorios que por
años había habitado. De simples cosas, claro: A las mujeres, que se dejaran
llevar por hombres nunca antes vistos, que “representaban” el regreso del gran
Quetzalcoatl, para servirles en sus extrañas viviendas; a los varones, que
trabajaran para ellos día y noche, sin descanso, y permitieran llevarse a sus
hijos a diversos lugares de “entrenamiento”, todo por un “bien mayor”. Los
convencía, o eso trataba, puesto que, si fallaba, los vería morir a manos de
los soldados españoles o apresarlos de la forma más cruel y despiadada, sin
poder decir nada, sin poder opinar nada, sin poder liberar nada, pues su lengua
le pertenecía ahora a España, su opinión le pertenecía a la nada, y su
libertad, su ser, le pertenecía a Hernán Cortés, su amor.
En palabras de la
poetisa venezolana, Gabriela Rosas, “el amor no es de astutos”, y de verdad no
lo era esta mujer. Pasaría de representar a su pueblo, uno que realizaba
matanzas en nombre de los Dioses, a otro que “no asesinaba”, pues estaba
errado, en un santiamén, para darse cuenta de que, sí, su Dios no permitía los
holocaustos ni los sacrificios, pero permitía que un hombre pudiera hacer lo
que fuera con otro, sin importar el libre pensamiento de este; todo,
recordemos, “en aras de la paz”. Paz que Marina buscaba, paz que encontró en el
amor, en Hernán Cortés.
No nos quedemos
únicamente en indicar porqué fue una traidora, no, pues ya desde este punto se
puede decir que queda bien en claro que: no solo vendió a las tribus cercanas a
la suya, sino también a todo un continente a manos españolas. Avancemos,
analicemos qué la impulsaron a ello, y sobre todo, porqué en cierto punto
resalta la siguiente duda: ¿De verdad era una traidora? ¿No hubiera hecho yo lo
mismo, si estuviera en su lugar?
Partiendo de esto,
volvamos a la naturaleza del hombre: Ser mejor. Como se dijo antes, el hombre
ya no pensaba como una sola sociedad, sino como varias. Buscaban los mexicas,
por aquel entonces del siglo XVI, seguir expandiendo su imperio, bajo el mandato
de Moctezuma II, por todo el continente, “uniendo” el mayor número de tribus
ajenas a la suya; entre ellas, la que alguna vez fuere de Malinelli, dirigida
por su padre, y defendida hasta el último momento por él. Y no solo esto, sino
busquemos de nuevo otra característica del hombre, dentro de nuestros cerebros:
Religión.
“El hombre no puede
existir sin la religión, al menos en una pequeña cosa debe creer para poder
existir” (Pérez, Y.) Y la concepción teogónica que tenía Malinelli, brindada
por sus entes familiares, sobre todo su abuela, y su tribu, era que los
sacrificios eran repudiados por Quetzalcoatl, pero aun así los mexicas lo
ofrecían como tributo, como un mal necesario; y su padre, o lo que restaba de
él, no fue la excepción. Además, no solo era ese repudio una fuerte motivación
contra la tribu mexica, sino también el hecho de lo que le habían hecho a su
padre; y lo que próximamente haría su madre.
Esta, por su parte,
nunca tuvo mucho apego hacia su hija y, al casarse de nuevo, luego de la muerte
de su esposo, teniendo un hijo, posiblemente, varón, ya deshacía ese poco
vínculo que sostenía en su vida con esta pequeña mujer que, por momentos,
parecía que olvidase que también era su propia sangre; un regalo de los Dioses.
He aquí dos de los tres cambios bruscos que Laura Esquivel, en “La Malinche”,
posiblemente se refiera al inicio del capítulo II de dicho escrito, donde dice
“… Por tercera vez en su vida, experimentaba un cambio total”. Es aquí, pues,
donde uno debe detenerse y reflexionar: ¿No son acaso estas suficientes razones
para entregar a un pueblo entero, a manos de hombres que prometen una vida
mejor?
Una mujer apegada a sus
raíces, amante de la tierra, pero que no poseía una en sí. No le quedaba nada,
un padre, una abuela, una madre, nada. No poseía tribu, pues la tribu le había
dado la espalda en el peor momento de su vida. Como si fuera poco, había sido
vendida a los hombres extraños, luego de una feroz matanza en la cual ella no
tuvo nada que ver, con otras 19 mujeres, de las cuales ella se sentía en
familia, pues nunca la tuvo, pero que la volvían a separar. Le quitaron su
nombre, su amado nombre, que guardaba secretos de los Dioses, y albergaba
cientos de significados, por uno que ni siquiera tenía certeza de qué
representaba. En resumen, no tenía nada, ni nombre, ni lugar en el mundo, ni
personas a las cuales acudir, solo un dolor, un vacío emocional a falta de ese
amor que nunca conoció, pero que se podía tapar con un hombre: Hernán Cortés; y
sí, solo tapar, pues para llenarse un vacío, ya lleno de odio, hace falta algo
más que un hombre con ambiciones y labia.
No es como si se
deseara ver a La Malinche como una víctima, o una esclava que fue sometida y
engañada por los españoles para entregar una nación entera a estos, como
recurrentemente se hace, no. Más bien se busca inculcar que: Ella sentía un
deber, una obligación; tenía otra prioridad, otra mentalidad, cambiada por todo
lo que sufrió en su no muy fácil vida. Y este deber era para el hombre que le
parecía dar esa importancia y afecto que nunca sintió. Además, para una mujer
que siempre había sido tratada como menos, saber que era necesaria y
fundamental en el proceso de "salvación" de estos hombres blancos,
semejantes a su Dios, era algo que la impulsaba a seguir con su "misión",
su "trabajo", su deber.
Quería, pues, eso,
salvar, redimir su cultura que se veía malograda sin una visión clara de los
Dioses, complementándola con esta que llegaba, rica en tradición y en su modo
de vida. No veía, en ese entonces, lo que hacía como algo malo, sino más bien
un acto de bondad y redención para con todos, tanto como para los que le
arrebataron su vida, como para los que no quería que pasasen por lo mismo que
ella; qué obstinado es el ser humano cuando se quiere sentir héroe, por medio
de la maldad ingenua de una falsa verdad.
"¿No era entonces
una heroína? Queda claro que fue una traidora, que solo vendió a los españoles
nuestro territorio, por rencor a los hombres que le hicieron tanto mal a ella,
¿no es así?" Pensarán algunos que hagan ciertas conjeturas apresuradas,
estando errados. Y es que no puede ser una traidora, porque para eso se
necesita ser parte de algo a qué traicionar; ella no tenía nada, nuevamente.
Pero tampoco era una heroína, porque tenía otras opciones para completar su
misión, su objetivo de cambiar la cultura de los pueblos por los cuales pasó;
el problema es que las cartas de esa época jugaban contra las de su género.
Uno siempre quiere ser
un héroe, cuando vemos la maldad en el mundo; el problema reside cuando no
aceptamos esa maldad en nuestro interior, que nos consume, que nos agobia.
Malinelli no la aceptaba, no lograba reconocer ese rencor vivo que sentía, y
eso cegaba falsamente sus acciones, puesto que ella en cierto modo sabía qué
hacía, sabía que entregaba todo a lo desconocido, y lo desconocido siempre
guarda secretos, a veces buenos, a veces malos, sin olvidar que "la definición de lo
bueno y lo malo cambia de acuerdo a los momentos que vivimos." (Kurumada, M.).
Finalizando
ya, podemos decir entonces que sí tenía opciones, podía haberse negado a
entregar a su pueblo, podía no haber cometido actos en favor de los españoles
como avisarles de la llegada de indígenas, como la de la emboscada de los
cholutecas, camino a Technotitlán. Podía, incluso, haber cambiado lo que decía
a los indígenas, o al mismo Cortés y allegados, para cambiar el rumbo de la
historia. Sin embargo, en cierto modo hay que entenderla, hay que tratar de
llevar esta historia con esa pregunta que se dijo al inicio: ¿Para qué? ¿Para
qué le hubiera servido esto? ¿La hubiera hecho feliz? De hecho, ¿cómo se
sentiría más feliz: ¿con este hombre que le daba importancia a su persona, y
todos los cuidados que necesitara y pidiese? O ¿salvando a esos que le
arrebataron todo, y lo seguirían haciendo con el pasar de los años?
Es allí
donde debemos dejar nuestra mente, de ahora en adelante, al hablar de la mujer
que cambió la historia de la colonización española, y de toda América, para
siempre. La traidora, la que prefirió un amor irreal a su tierra, quien se
conformó con negar lo que pasaba en su mundo y sucedía por ella. La mujer que
era madre de una nueva raza, e hija de la nada. La mujer que es vista mal por
muchos, pero que de ahora en adelante hemos de ver como la mujer que nos indica
el sentido constante de la vida: Elegir nuestra libertad, puesto que " la
libertad es la capacidad que tiene la persona de optar por
hacer el bien". Una mujer apodada: La Malinche.
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