Yendelki Pérez
Mario
I
Rodrigo
En un cuarto aparentemente insípido e
incoloro tres hombres, una mesa y algo que parece un cuadro sobre la pared –o
una ventana-:
Uno de los hombres es un guardia
disfrazado de Gangster (o un matón fingiendo ser guardia que finge, a su vez,
ser un matón) que observaba detenidamente la conversación de los otros dos:
-
Es
simple, sólo cobraba una deuda. Además, a ti qué podría interesarte esa
historia. Sucedió hace más de 10 años.
Así dijo el hombre de la derecha; su pelo,
liso y negro peinado hacia atrás intentaba imitar el estilo de Michael Corleone, o más bien el de Al
Pacino en las películas de “El Padrino”. No le iba mal, la verdad. Se encogió
de hombros, llevó un tabaco encendido a su boca y dio un par de jalones. Él fingía no prestar atención a la mesa que
les acompañaba en aquella sala.
-
No,
no es que me importe. Todos hablan sobre ello y me hubiese gustado escuchar los
pormenores contados por su mismo protagonista. -Respondió
el hombre de la izquierda y al hacerlo recostó su espalda sobre la silla
intentando mostrar una comodidad que no sentía.
Pasó la mirada desde aquellos dedos que
sostenían el habano hasta el rostro de Rodrigo. El ceño fruncido y una mano
sobre la barbilla en modo pensativo le recibieron.
-
Lo
que quieres saber comenzó un jueves. Había quedado en verme con alguien, en el
vagón de un metro después de robar aquel banco. Te preguntarás el por qué… –alzó
una ceja, dejó caer cenizas al suelo y continuó- es que, ella no estaba de acuerdo con esta clase de vida. Por eso
buscaba evitar cualquier cosa que le recordara sus encuentros conmigo. Llegó a
la hora acordada pero no como yo la esperaba: Resultó que alguien sabía de
aquel encuentro así que envió a uno de los suyos a hacer el trabajo sucio…
Cuando el tren llegó a la estación, y se detenía lentamente, el hombre se
levantó de su asiento y le disparó en la cabeza. –con dos de sus dedos
fingió un disparo en la frente -¡PAM! –dijo
e hizo una corta pausa- Hubo mucho alboroto. También me desesperé
imaginando lo peor, no podía entrar en el vagón, no me di cuenta de que su
asesino me había pasado justo al lado. –Agregó en tono más bajo- Las multitudes en pánico me recuerdan a
los borregos huyendo de un perro. –mientras hablaba movía su mano
desocupada explicando y haciendo énfasis en alguna palabra- Di un par de disparos arriba.
No pretendía herir a nadie, entiende que ese trabajo es de mis hombres. No
pienso robarles lo único que les da de comer. –Soltó una risa irónica- Me gusta herir de formas más sutiles. –Su mirada se clavó en la de
su oyente- Bueno, cuando logré entrar al
jodido vagón y llegar adonde estaba, había muerto.-Se hizo una pausa; un
silencio que aturdía por momentos al invitado, al amigo. - Familia, familia… suele ser un punto débil, por eso no doy esa clase
de ventaja a mis enemigos.
Dicho esto, negó con la cabeza y apoyó una
mano en su rodilla. Para Mario no fue posible pasar por alto aquellos anillos
que llevaba. Esa mano, pequeña y gruesa, rechoncha y desagradable. Asesina.
-
Muy
bien, ese es el comienzo… pero, no logro entender ¿qué vino después?
Dijo
y Rodrigo rió, mientras apagaba el cigarrillo sobre el cenicero en la mesa – ¿Ahora te haces el pendejo? Tenía una mejor
impresión tuya. Te creí más inteligente.
Mientras tanto, en la habitación, una
única ventana continuaba reflejando el mismo cuadro de todos los días. A veces
blanco, azul, rojizo, negro… pero siempre el mismo trozo, aparentemente.
-
¡Ja,
ja! Sólo buscaba conversación. –dijo Mario
quitando importancia a lo dicho con un encogimiento de hombros.
Ambos rostros se acercaron hasta el punto
de roce de narices. Sin pestañear cada uno soportó la mirada del otro por un
par de minutos. Se examinaron sin pudor. En sus mundos no había espacio para la
duda. En los ojos de Mario, Rodrigo distinguió un destello y entonces agregó en
un tono semejante a la diversión:
-
Si
gustas entonces, para la próxima bebemos un vaso de conciencia fría diluida con
un par de cubos de hielo.
Soltó una carcajada de repente y gotas de
saliva saltaron al rostro de su acompañante, Mario, quien comenzó a reír
también sin parar. En ese momento el reloj marcaba las 5:30pm. Mario se
levantó, estrechó la mano de Rodrigo y salió por la puerta. Una vez afuera se
recostó en la pared y después de un largo suspiro lleno de incredulidad e
impaciencia murmuró: ¡Locos!
***
Mario Jiménez caminaba lentamente
por el pasillo, quería alejarse de Rodrigo.
Mario era y no era psicólogo ni
psiquiatra; es decir, tenía un título, sí, estaba firmado, sellado,
certificado, había asistido a la universidad para ello; pero realmente no le
pertenecía. Ya no.
Sin embargo, es un error desestimarlo o
creer que no es inteligente. Su imaginación prodigiosa vivía el noventa por
ciento de las veces en un mundo que envidiaría la misma Alicia.
Se detuvo tan de repente que se tambaleó un poco,
apenas acababa de darse cuenta que no había obtenido de Rodrigo la respuesta
que esperaba. Sabía que el hombre estaba loco y tenía complejos de mafioso,
pero lo único que le contó aquella tarde fue el cómo habían asesinado a su
supuesta ¿madre?... o acaso ¿había escuchado mal?, se dijo a sí mismo: fue una mujer, no sé si su madre, hermana,
esposa… Tenía un vínculo con él, pero puede no tratarse de su madre. –.
Despejó su mente, mañana sería un día para pensar en ello.
II
Tú
Despiertas, junto a la cama un periódico
del día. Tu madre -quizá tu hermana- lo ha dejado allí. Abierto y marcando con
un círculo rojo el anuncio: “Comienzan audiciones”. Considerando tu mala suerte
decides arroparte nuevamente hasta la cabeza. Sentiste un deja-vu mientras
recordabas el inicio de aquel libro que leíste recientemente. –No, no estoy tomando un café y tampoco es
seguro el empleo- ríes.
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